Poco a poco los habitantes de Acapulco trataban de recuperar su rutina. Orlando Mendoza, un poblador de 46 años, caminaba por una carretera empapado en sudor con dos bolsas en las que llevaba atún, sardinas, agua, pasta y sopa. Venía de buscar comida para su mujer y tres hijos pequeños. «Aunque sea poco, es algo», comentó Mendoza, mientras caminaba hacia el centro de la ciudad.